Como profesores de historia, podríamos incorporar los valiosos resultados de la investigación y deberíamos evitar que está sea una práctica que sólo sirva para fomentar la autocontemplación narcisista del reducido círculo de historiadores profesionales y de sus sociedades de elogios mutuos. Porque si hoy, casi en el siglo XXI, la Historia que se enseña tiene algún sentido, éste debe ser el de ayudarnos a entender la encrucijada histórica en que se encuentra la humanidad, tendiente a encontrar una salida a los catastróficos resultados del progreso. La historia escolar es un instrumento vital en el esfuerzo para recobrar la esperanza y emprender una acción colectiva que conduzca a elaborar una propuesta alternativa a las Historias oficiales (del poder y del progreso) que se enseñan, para que eso también ayude a reconstruir el proyecto de una sociedad diferente al capitalismo.
Como profesores de Historia, deberíamos recordar siempre, como lo dice Jean Chesneaux, que la historia es algo muy serio para dejársela a los historiadores.