“Prohibido leer novelas; produce melancolía. Prohibido empolvarse; estropea el cutis. Prohibido ponerse corsé; estropea el talle. Prohibido pararse sola frente a los escaparates de las tiendas… Prohibido conocer a las familias de las compañeras de clase, especialmente a los padres que van a buscar a sus hijas a la salida…”
Así resume Gilbert los principios de su educación. Gigi es criada en el ámbito de una singular familia: su madre, actriz de variedades, una abuela que adopta su apellido de un amante español, y una tía que vive de pasadas glorias y le enseña a comer langosta o a distinguir un diamante junquillo; todo para transformarla en “cocotte” de un adinerado azucarero y asegurar su futuro. Pero a la ingenua jovencita le repugnan “esas odiosas aventuras, que terminan con separaciones, disputas, Sandomir, revólveres y láudano…”
Con su estilo fresco e irreverente, Colette ofrece una excepcional visión del París “fin de siécle”, obnubilado por la modernidad donde celebridades como Cléo de Mérode o La Bella Otero eran habituales en los figurines y restaurantes de moda –el Durand o el Pré-Catelan– y cuyos avatares se difundían en el Gil Blas entre otra prensa del corazón
Sin eufemismos, Colette retrata la condición femenina que se mueve entre la estrechez económica y la ligereza moral. Para componer a la deliciosa Gigi, utiliza recuerdos de su vida; también la autora sabrá que el descubrimiento de su destino como mujer supuso “el fin de mi carácter de muchacha, intransigente, bonito, absurdo”, como confesó en Lo puro y lo impuro.
Autor: Colette