“¿Cómo era posible que en el Siglo de Oro español el público del teatro entendiera unas obras tan complejas, tan llenas de mitología antigua y de historia, abundantes en figuras retóricas, llenas de “conceptos” y, por añadidura, compuestas en verso? El siempre despreciado “vulgo” que llenaba los corrales de comedias, debía captar mucho más delo que un Lope o un Tirso sospechaban [...], pero, ¿cómo, si no sabían leer? Oyéndolas recitar y leer en voz alta, o sea, a través del oído y gracias a una frecuente oralización delos textos escritos.”
El “escritocentrismo” en el que vive el lector contemporáneo le dificulta comprender que la invención de la imprenta, hacia 1440, “no acabó de cuajo con la antigua práctica de leer en voz alta [...]. Por mero sentido común, habría que cuestionarla idea de que un hábito tan antiguo y tan arraigado pudiera desaparecer de la noche a la mañana”. Para corroborarlo, Frenk nos lleva por las distintas connotaciones y denotaciones que tenían entonces los verbos leer, decir, hablar, recitar, contar, narrar, referir, oír... en un mundo de frecuente oralización. La estudiosa extrae, de diversas fuentes, indicios de las maneras en las que el grueso de la población española se vinculaba con los textos en esa época singular en que la obra capital de Cervantes salía a la luz y cuya divulgación se dio, sin duda, de manera frecuentemente oral; en contraste, nos ofrece un retrato del autor del Quijote leyendo en silencio, preferencia que compartía con su célebre personaje.
La reflexión de la doctora Frenk entabla un diálogo con textos que en épocas recientes se han producido en torno a la oralidad, y aporta valiosos elementos a la discusión sobre la historia de la lectura y sus implicaciones; se reviste de un renovado interés en un momento en que la propia cultura de la palabra escrita se desplaza hacia una cultura de la imagen.
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