La finitud no es la muerte sino la vida. Si somos finitos es porque vivimos siempre en despedida y no podemos controlar los deseos, recuerdos y olvidos, porque el nuestro es un mundo que nunca nos pertenece del todo ni será plenamente cósmico, ordenado o paradisíaco. Somos el resultado del azar y de la contingencia y no tenemos más remedio que elegir en medio de una terrible y dolorosa incertidumbre. Una vida finita no conseguirá eludir la amenaza del caos ni estará capacitada para cruzar las puertas del paraíso. Ser finitos significa que no podemos crear a voluntad nuestra existencia, porque, querámoslo o no, recibimos una herencia que nos obliga a resituarnos a cada instante.
Se trazan en esta obra algunas escenas antropológicas que configuran nuestra vida cotidiana: la experiencia, el olvido, el mal, el deseo, el placer, el silencio… La filosofía aquí esbozada tratará de mostrar la fragilidad y la vulnerabilidad de la vida y de pensar la ética y la educación desde esta perspectiva. Estamos ante el relato fragmentario del recorrido por unas sendas para las que no contamos con brújulas ni cartas de navegación.
CONTENIDO
Introducción: Sobre la finitud, los acontecimientos, los espectros y otras inquietudes
Pórtico: Presencias inquietantes
I. La brevedad de la vida
II. Vivimos en un mundo interpretado
III. La experiencia
IV. El olvido
V. El testimonio
VI. El mal
VII. El deseo
VIII. El silencio
Telón: El placer
Bibliografía
Índice onomástico