La lectura es, sin duda, una de las tantas maravillas que nos ofrece la escritura. Ambos fenómenos son perfectamente simbióticos, porque sin lectura la escritura queda encerrada en sí misma y puede, incluso, convertirse en letra muerta. Sin un soporte de escritura, cualquiera sea su forma, letra, cifra, ideograma o cualquier otro trazo, la lectura es sencillamente imposible. Esa que canta hacia adentro, de Adriana Hoyos, lo demuestra con un admirable rigor poético.
Una obra que sorprende por la gran coherencia, la gran unidad de los diversos temas que desarrolla. Resulta pertinente, pues, considerarla como un largo poema dividido en cinco cantos, de los cuales el más extenso otorga su primacía al Amor, aunque también se puede destacar la aguda reflexión de Adriana sobre su poesía, y la influencia que otras escritoras han tenido en ella, pues es en el encuentro que llamamos “lectura” donde surge la “caligrafía”, es decir, la escritura. Adriana va incluso más allá en el homenaje que rinde a sus poetas preferidas, puesto que les otorga abiertamente la autoría de su poema y ella desaparece. Porque de lo que aquí se trata es de un pacto poético. Quienes nos han precedido en este arte nos han donado su poesía. La recibimos a través de la lectura. Y esta, a su vez, mueve a nuestra propia escritura. Si podemos escribir es porque otros lo han hecho antes que nosotros. Con gran inteligencia y gran fineza poética, las citas de poetas como Pizarnik, Tsvetáieva e Ibarbourou aparecen en diversos puntos de su poema. Así es como logra reunir los numerosos hilos de su pensamiento y los teje en un texto que constituye un maravilloso pacto poético.