Los centros históricos son la muestra, el producto de la evolución de las ciudades, en ellos se palpan las huellas que dejaron las fuerzas vivas de una sociedad en otra época completando esa poderosa cadena histórica que domina la vida humana. Negar y destruir los centros históricos se pueden equiparar a desoír el consejo de un viejo desechando su rica y compleja experiencia.
Vivir en ciudad es un acto de civilidad; produce normas y reglas que hacen más fácil garantizar a toso sus habitantes los beneficios de la civilización.
El centro histórico es el núcleo, la parte fundacional de esa civilidad.