Hace cinco siglos comenzó la historia mundial. Quiero decir que, antes del Descubrimiento de América, los humanos habían vivido historias nacionales o a lo sumo historias continentales, pero no habían tenido jamás una idea del mundo como la que empezó a entreverse en la aurora del siglo XVI. En ese momento, asistimos a los que hoy podríamos llamar “el surgimiento del globo”, y es notable cómo la idea del globo se apoderó con nosotros desde entonces y se ha convertido crecientemente, como era de esperarse, en una de las mayores obsesiones de la especie. No es el menor de los méritos de William Shakespeare el que, en aquel mismo siglo, haya llamado El Globo a su teatro de Londres y, por extensión, al gran teatro del mundo que era su destino recrear y representar. Aquella época compulsiva y admirable vivió con asombro la evidencia de la redondez del planeta, y dado que desde los tiempos de los geómetras griegos la idea de la esfera era uno de los símbolos de la perfección, es probable que esa evidencia haya sugerido la promesa de algo absoluto para nuestros mayores de hace medio milenio.
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