En la tradición de las artes plástica y visuales, el taller de artista ocupa un lugar central, primero como espacio de creación en el cual se concibe, proyecta y produce la obra, y segundo, como un espacio de formación en el cual los artistas transmiten su saber a colectivos de aprendices, interesados en apropiar técnicas y metodologías de creación afines al estilo plástico del maestro. En su configuración, estos espacios adoptan características singulares, relacionadas con la especialidad o al tipo de creaciones que ocupan al artista, los requerimientos técnicos de cada proyecto o soporte, la procesualidad de las ideas, la relación con un universo de referentes, tecnologías y condiciones espacio-temporales que resultan determinantes para la producción plástica. En su labor, el artista estrecha la relación que implica el hacer manual con la mente que crea, para poner en obra cosas que producen y transmiten ideas o detonan sentidos, más allá incluso de los propósitos individuales con que la obra cobra cuerpo. Por esta razón, los talleres de artista se convierten en espacios íntimos, perfomativos, mutables y de experimentación constante, en los que es posible aprender haciendo, o como lo sostiene Sennet, aprender desde la conciencia material que generan unas manos bien adiestradas en el saber-hacer expresivo. Movidos por estas y otras inquietudes nos propusimos emprender un proyecto que, en primera instancia, cobija algunos espacios del Eje cafetero, con el que buscamos penetrar la intimidad del espacio de trabajo del artista, para desentrañar, en términos de su dimensión estética y cultural, lo que esos lugares constituyen en el engranaje de las prácticas artísticas contemporáneas.