
El derecho a la ternura proclama la hora de examinar la prohibición tacita de que el ser masculino pueda abrirse al lenguaje de la sensibilidad, en particular en el ámbito de la sexualidad; la hora de revisar los símbolos culturales que establecen reglas acerca de las conductas, las aspiraciones y las convicciones que ordenan entablar un auténtico combate de los afectos en lugar de la franca convivencia en ellos.
“La ternura sólo se reconoce como parte del amor maternal o en la relación del niño con su osito de peluche”, y es la hora de renunciar a la vida grotesca –apariencia de vida– para incursionar la plenitud “por los gestos tiernos del objeto amado”.
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