“Escúchenme, estén donde estén, y resuciten de sus muertes y sus muertos”, escribió Verónica Domínguez, intentando penetrar la ceguera de un pueblo apoltronado en su oscuridad. Tal vez no solo lo escribió: antes de juntar las palabras en un papel, lo gritó y se arañó la cara de desesperación intentando despertar los oídos sordos de un país vencido. A pesar de todo, lo hizo. Verónica, alias Emilia, lo intentó, y antes de eso se sumó a una lucha que casi la mata: quedarse a la izquierda de un país rojo, no de revolución sino de sangre, se convirtió en un sacrificio demasiado alto.
En las páginas de esta novela se plasmó la historia de una mujer con alma subversiva que se impuso el abandono de sus herencias para construir una vida propia, una realmente suya. La pelea a muerte de Emilia, quien atravesó la década de los 80 batallando contra la miserable vida de sus padres. Contra las instituciones, que le habían enseñado que su meta tenía que ser el amor y después el matrimonio. Batalló en contra de los que convirtieron a cada colombiano en un número, en una cifra prescindible e insignificante.
Un libro para todos los “héroes que se condecoraron a sí mismos y se inventaron sus hazañas. Para los verdugos que ni siquiera sabían por qué mataban y a quién debían defender o qué defendían, y para los soldados que estaban en las mismas, y que mataban porque uno de más arriba se los ordenaba”. Para los que valoran la vida y la libertad. Para los miedosos, los cobardes. Para los valientes. Para los que aún no creen que el arte pueda destruirlos en dos segundos y reconstruirlos en uno.
Esta novela, que recuerda una violencia que no cesa y solo cambia de asesinos y de muertos, es para los que quieran dejar de decir que por la falta de oportunidades e ignorancia prefirieron salvarse solos. Una novela para reflejarse en una Colombia plagada de victimarios, sostenida por víctimas y hundida por la inacción.
Laura Camila Arévalo Domínguez