
Una mañana en que me entregaba a la diaria tarea de escribir en mi biblioteca, entre gorjeos de tórtolas que me observaban con curiosidad desde un tejado vecino, una abeja cayó en el asiento de mi pocillo de café y la rescate con el bolígrafo. Era una abeja de la miel que me motivó, para ustedes niños que quieren distraerse, a dibujar la mejor demás historias, esperando que no naufrague en el olvido. Recordé que mi padre creía que si una abeja se posaba en su cuerpo era porque se venía un buen negocio.
En la época de la escuela disfrute leyendo y volviendo a leer los cuentos de hadas y las fabulas de Rafael Pombo, como una abeja libando del néctar de la flor. Y por lo que he vivido ese mundo de ilusión, ahora creo mi propio mundo imaginario para que ustedes, niños, vivan en él, por lo menos mientras sus ojos de hierba y fruta se paseen por una fantástica aventura que ocurre en un país extraño.
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