Jaime Sabines ocupa en la poesía mexicana contemporánea un sitio singular. Ni muy breve ni muy extensa, su obra es un espacio donde se dan cita los poetas críticos y los lectores informales, los espontáneos y los informados.
Sabines es una leyenda viva; nacido en 1926, pertenece a la generación de Rosario Castellanos, Carlos Fuentes, Jaime García Terrés, Jorge Hernández Campos, Juan Soriano y Luis Villoro, por mencionar, mezclados, nombres de la poesía, la prosa narrativa, la pintura y la filosofía. La fortuna crítica y publica de Sabines y la atenta estima en que se tiene su obra hacen llenar auditorios y agotar ediciones. En un país donde la tradición lirica popular y la tradición literaria ilustrada no siempre convergen, Jaime Sabines representa una confluencia, un delta, y sus poemas no sólo se encuentran presentes de manera obligatoria en las antologías, sino que además sobreviven en esa otra antología inmaterial que es la memoria colectiva, pues los suyos son poemas que se recitan espontáneamente –de corazón– dentro, pero sobre todo fuera de la asediada y celosa republica literaria. Leyenda viva que cifra casi algunos arquetipos soterrados en la sensibilidad mexicana, la de Jaime Sabines se presenta como una obra que es un hecho público en una cultura configurada muchas veces o bien como una suma de sueños de salón y fantasías de caballete, o bien como un desfile de imaginaciones institucionales, una parada de panoramas y paisajes calculadamente épicos. Sabines ha sabido ser un ciudadano sin ponerse el uniforme de ninguna burocracia ni académica, ser poeta sin renunciar a la prosa, salir a la calle sin renunciar al amor, amar sin perder el sentido del humor y sonreír, en fin, en el seno del mas lúgubre duelo. En su poesía se acrisolan y jaspean varias tradiciones de una misma medula: la prosodia bíblica (en particular las de Isaías y Job; en el Antiguo Testamento de Casiodoro Reyna y Cipriano de Valera), la primera de la poesía medieval y renacentista de las cancioncillas anónimas a Jorge Manrique (con quien tiene deuda y parentesco elegiaco), el cancionero musical popular (el requiebro bohemio, la melodía subterránea de la trova, el bolero y el tango), el vocerío vanguardista de la poesía hispanoamericana moderna con su algarabía sincopada visceral y telúrica (de Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Miguel Hernández, Vicente Aleixandre, Oliverio Girondo y Efrain Huerta, pero sobre todo de César Vallejo).
Estas cuerdas, desdobladas en sus graves y en sus agudos, en sus antiguos y en sus modernos, en sus arrabaleros y en sus alumbrados, han dado al poeta un instrumento flexible y capaz de resonar con la mayor limpieza y exactitud en la caja de una sensibilidad que respira con profundidad, es dueña de varios registros, aunque en todos timbre la gravedad y la sencillez, una austeridad despoja que le tuerce el cuello al cisne para hacerlo cantar mejor y que lo hace desnudo, digno contemporáneo de la poesía de esta edad devastada.
No por otra cosa, Octavio Paz saluda en la poesía de Sabines un canto: una canción pero también una piedra labrada por el tiempo, un hecho de la tierra en cual se funde la plegaria, el salmo, la blasfemia, la elegía, la letanía fúnebre, la canción de cuna, la meditación profana y siempre y en todas sus formas la música del sacrificio, la canción dolorosa, pero feliz, de la conciencia libremente inmolada. A esta variedad de canciones corresponde desde luego un haz de teclados y registros, técnicas, procedimientos, aptitudes, destrezas.
La musicalización de la agonía arranca de las variaciones obstinadas del amor y el erotismo y alcanza la orquestación en lento majestuoso del despertar estoico ante el teatro primitivo de la muerte. Todos estos elementos hacen de la poesía de Jaime Sabines un hecho insoslayable en la historia de la cultura mexicana, un espacio de contemplación y convivencia donde dialogan el infierno y el edén, la pinche piedra y el Dios adolorido. La obra de Sabines es a la vez un mito y un hecho cotidiano. Un almanaque de la soledad mexicana, que ahora gracias a estos libros en audio, compartimos en la patria grande de la lengua española.
CONTENIDIO
Duración total del fonograma: 1:14:16 hrs.