Fernando González se trasladó a Europa con su familia entre 1932 y 1934, al ser nombrado cónsul en Génova y después en Marsella. En ese mismo año de 1932 publicó en París la novela Don Mirócletes, dedicada «a las ceibas de la plaza de Envigado», recordando así su lugar de origen. Su lectura fue prohibida por el arzobispo de Medellín bajo pena de cometer pecado mortal. En esta novela se separa la conciencia moral de la fisiológica encarnada en el personaje Manuelito Fernández. Todo en la obra lleva a ese clima interior. Se empieza a patentizar el existencialismo del autor, el cual luego ampliará en Salomé y en El remordimiento, cuando los personajes manifiestan que cada hombre es un comienzo que marcha irremediablemente hacia la tumba. La angustia que genera esta realidad y, de paso, el miedo que ellos experimentan ante la muerte, son posiblemente una explicación de la espiritualidad que se evidencia en las obras y la notoria inclinación del autor hacia la religiosidad, el volcarse hacia su interior para autoanalizarse en la búsqueda de la verdad que todos llevamos dentro. Otro tema es el de los métodos que utiliza el personaje para lograr la perfección. Estos aparecen en otras obras, y especialmente en El maestro de escuela.
Contenido
NOTA EDITORIAL
PRÓLOGO
Alberto Restrepo González
DON MIRÓCLES
DOS PALABRAS
AGONÍA DE EPAMINONDAS
Ensayo de patología descriptiva
Por Manuelito Fernández