Las territorialidades son fruto de las interrelaciones entre seres visibles y sutiles humanos, animales, vegetales y minerales. El biocentrismo que conciben y practican los pueblos indígenas, afrodescencientes, y en parte los campesinos, considera a todos los seres vivos hijos de una misma corriente espiritual, lo cual hace posible la comunicación y la transmutación sustentada en conocimientos ancestrales sentipensantes. El antropocentrismo, visión hegemónica promulgada por el Estado nación, centra su atención en la capacidad de razonar, concibe la evolución unilineal y contrapone cultura a naturaleza, la cual es objetivada para su dominio. Estas últimas convenciones están presentes en las historias patrias y sus versiones contemporáneas. El libro ofrece una perspectiva alternativa, indaga por los principios y valores de las territorialidades biocéntricas y antropocéntricas en diferentes escalas territoriales: lugar, paisaje, región, territorios de los pueblos y del Estado nación. Así como por diferentes ritmos temporales: hitos, largas y medianas duraciones. También por los tipos de fronteras y paradojas en confrontaciones y encuentros. Las dinámicas de las fronteras horizontales han permitido construir horizontes similares de sentidos pancontinentales e intercontinentales, verbigracia, las relaciones entre África y América en el siglo XIV. Ante las fronteras jerárquicas se identifican diferentes formas de resistencia. Los dos tipos de frontera e interacción convergen en la conformación de regiones culturales. Estos procesos multitemporales, multiespaciales y paradójicos retoman vida, en tres regiones: entre los ríos Ranchería y Cesar y en los Andes del norte.
Historias de territorialidades en Colombia
Ahora que avanzamos en la construcción de la paz y de manera repetida se habla de la Paz Territorial, el libro de Patricia Vargas Historias de Territorialidades en Colombia —que acaba de ser publicado— resulta de gran utilidad.
La propuesta de manejo comunitario del paisaje, que burocráticamente se denomina Ordenamiento Territorial, debe partir de la diversidad territorial. Esta se expresa en regiones culturales diversas, cuya permanencia depende del diálogo de saberes y del reconocimiento de la existencia de distintas percepciones del mundo y diferentes formas de relación entre naturaleza y ser humano.
Cada cultura tiene derecho a su propia expresión, independiente de la intervención y pretensión de dominio cultural o económico de grupos externos —sean armados o no— que hayan intervenido su territorio.
La autora nos invita a reconocer la existencia de mundos diversos, asociados al pensamiento de los distintos pueblos. Lo que da origen a formas diversas de resistencia vinculada a organizaciones que luchan por defender sus intereses. La confrontación y tales formas de resistencia se han traducido en nuevos conocimientos y formas de interactuar con el mundo externo que les rodea. Conocimiento que debe ser incorporado como elemento determinante en la construcción de paz y el manejo del paisaje.
La construcción de la paz territorial significa diferencias, no solo debidas a la ubicación y diferenciación geográfica de los actores involucrados en la guerra, sino también y primordialmente en razón a esos mundos diferentes y a las aspiraciones y sueños de quienes habitan los territorios y aspiran legítimamente a retomar el manejo de los mismos.
Como señala el profesor Arturo Escobar, la autora articula de manera magistral la relación entre territorio, paisaje, cultura y pensamiento, y su expresión en la construcción territorial. Esto sucede, no solo en el ámbito de las relaciones internas, sino también en la manera como cada pueblo se relaciona con actores externos. Tener presentes estas relaciones es muy importante para entender la dinámica de la guerra en los diferentes territorios y las alternativas de construcción de paz. Por ello, es de suma importancia identificar las relaciones que cada pueblo establece entre naturaleza y ser humano.
Las historias y reflexiones sob