
Gracias a la vida que nos ha dado tanto. Gracias a ese Señor que nos dio los ríos, las montañas, las cascadas, los lagos, los árboles, los frutos. Gracias a ese Señor que nos regaló los atardeceres y las madrugadas, las nubes, los olores del jazmín, la mancha de plata de los yarumos, los frutos, los mangos, las naranjas, la caña de azúcar, el café. ¡Qué Señor! Gracias a los amigos que con sus años jóvenes le añaden a las puebliadas la experiencia de la admiración, del entusiasmo, la sabiduría y la queridura natural que se les sale por los poros. Gracias a los niños del camino que van o vienen de la escuela, a los arrieros con sus cargas de maíz, de caña, de madera. Gracias a las mujeres de mirada limpia y sonrisa diamantina, a los pueblerinos que se llenan la boca al relatar sus historias. A los parques de los pueblos, templos sagrados de la comunicación. A las iglesias llenas de misterios, de historias, de pecados y de virtudes.