
Sofía iba y venía de mi vida como una especie de cometa y su paso abría el cielo en dos.
Me fui a Los Ángeles para olvidarme de las amarguras que me hizo pasar y resulto que ella estaba en la ciudad y se había apoderado de mis vacaciones y mis pasos. Y de mi cabeza, claro. Y en aquel momento me dirigía a encontrarme con ella, sí, pero no para besarla en un prado, como hubiera querido, ni para volver al hotel Floral, en donde nuestros devaneos habían encontrado al fin, una sede perfecta, sino para acompañarla en la búsqueda más demente posible: la de la madre del Ojo de Vidrio
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