A los grupos armados no los califican las palabras sino los hechos. Para que decirles terroristas o bandoleros o narcotraficantes. Al fin y al cabo son solo eso, palabras. Lo importante aquí es narrar los actos cometidos y las consecuencias que dejaron en medio de una población inerme.
Guillermo Zuluaga, en un lenguaje sencillo, directo, sin eufemismos, exageraciones ni hipérboles, deja plasmada para la historias las consecuencias de esos actos, las cicatrices que permanecen indelebles en el alma de quienes tanto sufrieron.
No hay una sola calificación, no hay una sola sindicación en un libro lleno de historias, de vida y de muerte, pero que son reflejo de una realidad que para muchos parece cosa del pasado, y aunque sea cosa del pasado su legado quedara inmóvil con el único propósito de contribuir en la memoria, que es por donde empieza la justicia.
En ocho historias recopila, como buen reportero, las diversas aristas del conflicto armado en el oriente antioqueño. Son historias de las que debemos aprender, con dos objetivos: el primero, buscar una reparación para quienes las sufrieron y, el segundo, un castigo para quienes las cometieron
Prólogo
Patricia Nieto
El vía crucis de José Aldemar
Me mataron, mamá, me mataron
24 negro
Giovanni, el malabarista
Guarín
Tres años de ?suite? por seiscientos mil pesos
A San Carlos: un viaje sin regreso
Padre Chucho: el mediador