Alguna vez expresó Antonio Muñoz Molina que el arte “está hecho de memoria en la misma medida en que el primer hombre de la Biblia estaba hecho de barro”. Habría que tener en cuenta lo indicado por el escritor español al valorar las dos obras que integran Dramaturgias coloniales en el valle de las lanzas pues en ellas el acto creador se nutre del pasado colonial de Ibagué y de sus personajes para jugar con sus leyendas y referentes históricos y así reinstalar y subvertir, celebrar amores que desafiaron la moral de su tiempo (un monje y una religiosa condenados a la hoguera en “La cueva del fraile”, el drama de Libardo Vargas) pero también cuestionar los vicios y la moral contrarreformista de la época. Dentro de esa dinámica de reinstalación y subversión, no es raro entonces que el cruce irreverente entre la imaginación y la historia desfilen en “Buenaventura”, la comedia de Javier Vejarano, junto a seres de comprobada existencia en el siglo XVIII y la figura tutelar de Jacinto de Buenaventura (el escritor de la loa “La Jura del Rey Fernando VI”), personajes que recitan versos de León de Greiff y de Nicolás Guillén.
Los intertextos poéticos en ambas obras, desde Francisco Petrarca, San Juan de la Cruz y Luis de Góngora hasta los autores modernos ya mencionados sin hábilmente manejados por los autores de este libro para que, más allá del discurso de los personajes, doten de sentido crítico las escenas que componen sus textos dramáticos. ¿Cuánto de ese pasado aparentemente lejano no sigue repitiéndose en el presente de la capital tolimense y en la misma Colombia? ¿Cuánta libertad para los artistas que confrontan con mordacidad su tiempo o para las parejas que desafían lo que se considera lícito de amar en una sociedad conservadora y devota? Los lectores y espectadores posibles de estas obras sabrán elegir las respuestas o acaso postular las aporías.
Jorge Ladino Gaitán Bayona